Por: Maximiliano Catalisano
Una buena pregunta puede abrir caminos que una respuesta jamás alcanzaría. En la escuela, enseñar a los alumnos a formular preguntas de calidad es una de las tareas más transformadoras y, a la vez, más olvidadas. En un sistema que muchas veces premia las respuestas correctas y rápidas, pocas veces se detiene a valorar la profundidad de una duda bien planteada. Sin embargo, la pregunta es el punto de partida del pensamiento crítico, la creatividad y la curiosidad genuina. Enseñar a preguntar no solo mejora el aprendizaje, sino que despierta en los estudiantes el deseo de comprender el mundo por sí mismos.
El aula no debería ser un espacio donde los alumnos repiten información, sino donde se animan a interrogarla. Cuando un estudiante se pregunta “por qué”, “para qué” o “qué pasaría si”, está ejercitando su pensamiento más allá de la memoria. Está explorando, construyendo sentido, relacionando ideas. Enseñar a formular preguntas de calidad es enseñar a pensar, y esa es una de las misiones más nobles de la escuela.
La pregunta como motor del aprendizaje
Las preguntas no son simples herramientas de evaluación: son la chispa que enciende el conocimiento. Cuando los niños y jóvenes aprenden a hacerse buenas preguntas, dejan de ser receptores pasivos para convertirse en exploradores. Una pregunta bien construida puede transformar una clase entera. No se trata de preguntar por preguntar, sino de enseñarles a formular interrogantes que los acerquen a una comprensión más profunda.
Por ejemplo, ante un tema como el cambio climático, una pregunta superficial podría ser “¿Qué es el cambio climático?”, mientras que una pregunta de calidad sería “¿Qué acciones cotidianas contribuyen a reducir el cambio climático y cómo puedo aplicarlas en mi entorno?”. La diferencia es enorme: la segunda invita a reflexionar, a investigar y a actuar.
El rol del docente en la cultura de la pregunta
Para enseñar a preguntar, el docente debe primero crear una atmósfera donde la curiosidad sea bienvenida. Muchas veces, los alumnos no se animan a hacer preguntas por miedo a equivocarse o a parecer ignorantes. El aula debe ser un espacio donde toda pregunta tenga valor, porque detrás de cada duda hay una oportunidad de aprendizaje.
El docente puede modelar el proceso haciendo preguntas abiertas que inviten al análisis y a la imaginación. Preguntas como “¿Qué opinas?”, “¿Cómo lo resolverías?”, “¿Qué pasaría si cambiamos esta variable?” ayudan a que los estudiantes entiendan que preguntar también es pensar. Además, es importante enseñarles a distinguir entre distintos tipos de preguntas: las que buscan información, las que invitan a reflexionar, las que generan debate o las que abren caminos de investigación.
Estrategias para enseñar a formular preguntas de calidad
Una forma efectiva de trabajar las preguntas es a través de la lectura o la observación. Después de leer un texto, ver una imagen o analizar una situación, se puede invitar a los alumnos a escribir tres preguntas: una descriptiva, una interpretativa y una que los desafíe a pensar más allá. Este ejercicio los ayuda a reconocer distintos niveles de profundidad.
Otra estrategia es el “cuestionamiento socrático”, que consiste en responder a las preguntas de los alumnos con nuevas preguntas, guiándolos para que descubran las respuestas por sí mismos. De esta manera, el aula se convierte en un diálogo permanente donde la curiosidad no se apaga, sino que crece.
El uso de rutinas de pensamiento visual, como “Veo – Pienso – Me pregunto”, también puede ser un gran recurso. Este tipo de dinámica permite que los estudiantes aprendan a observar más allá de lo evidente y a construir preguntas más elaboradas. Lo importante es que comprendan que preguntar es una habilidad que se entrena, y que cuanto más lo practiquen, más complejo será su pensamiento.
Preguntar para aprender a convivir
Las preguntas no solo impulsan el aprendizaje académico, sino también la convivencia. En un grupo, aprender a preguntar con respeto y curiosidad hacia el otro fortalece la comunicación y la empatía. Cuando un alumno pregunta sinceramente por la opinión de otro, está reconociendo su valor y su punto de vista. En ese gesto hay aprendizaje ciudadano y humano.
Además, las preguntas ayudan a resolver conflictos de manera más constructiva. En lugar de reaccionar impulsivamente, aprender a preguntar “¿Por qué te sentiste así?” o “¿Qué podríamos hacer diferente?” permite abrir espacios de diálogo y comprensión. La educación de la pregunta también es una educación para la paz.
Dejar espacio al asombro
Enseñar a preguntar de calidad implica, sobre todo, recuperar el asombro. Los niños pequeños son naturalmente curiosos: preguntan sin miedo, sin límite, sin prejuicio. Pero a medida que avanzan en la escuela, esa curiosidad muchas veces se apaga entre normas, rutinas y respuestas predefinidas. El desafío de los docentes es mantener viva esa llama, mostrar que el conocimiento no se agota, que siempre hay algo más por descubrir.
El aula debería ser un lugar donde los alumnos se animen a decir “no entiendo” o “quiero saber más”. Cada una de esas frases es un acto de aprendizaje. Enseñar a preguntar de calidad no significa buscar siempre la pregunta perfecta, sino construir una mirada crítica, reflexiva y curiosa frente a la realidad.
Formar estudiantes que sepan preguntar es formar ciudadanos capaces de pensar por sí mismos, de dialogar y de construir conocimiento colectivo. En un mundo donde abundan las respuestas rápidas, la verdadera educación estará en quienes todavía se animen a preguntar con profundidad.