Por: Maximiliano Catalisano
En cada clase hay alumnos que levantan la mano con entusiasmo y otros que prefieren guardar silencio, aunque sepan la respuesta. El miedo a equivocarse es un sentimiento más común de lo que parece y atraviesa a muchas edades y contextos escolares. No se trata solo de un temor académico, sino de una experiencia emocional que impacta en la manera en que los estudiantes se relacionan con el aprendizaje, con sus compañeros y con sus docentes. Entender cómo trabajar con quienes cargan ese miedo es abrir la puerta a un proceso educativo más humano, donde la confianza y la seguridad personal se convierten en motores de crecimiento.
El error en la escuela suele ser visto como un fracaso, cuando en realidad es una oportunidad para aprender. Sin embargo, para muchos alumnos, equivocarse significa exponerse, sentir vergüenza o ser juzgado. Por eso, la forma en que los docentes y la institución tratan el error puede marcar la diferencia entre un estudiante que se anima a intentar y otro que se paraliza ante cada desafío.
El origen del miedo a equivocarse
El temor a fallar no nace de un día para el otro. Puede estar vinculado a experiencias pasadas donde el alumno fue ridiculizado por cometer un error, a comparaciones con otros compañeros o a presiones externas que lo hacen sentir que siempre debe rendir al máximo. También puede estar influenciado por la cultura escolar: si en el aula se premia únicamente la respuesta correcta y se sanciona con dureza la equivocación, es lógico que algunos elijan callar antes que arriesgarse.
Reconocer este trasfondo es clave. El miedo no es un simple capricho ni una falta de interés, es un mecanismo de defensa frente a situaciones que el estudiante percibe como amenazantes. Comprenderlo permite diseñar estrategias que acompañen, en lugar de reforzar el bloqueo.
El rol del docente en la construcción de confianza
El docente tiene la posibilidad de transformar el error en una herramienta de aprendizaje. Cuando se señala una equivocación con respeto y se muestra cómo corregirla, el estudiante entiende que no se trata de una falla personal, sino de un paso dentro del proceso. El modo en que el adulto reacciona frente a un error en el aula es observado por todos los alumnos y condiciona cómo se animarán a participar en el futuro.
Fomentar un ambiente donde equivocarse sea aceptado implica pequeñas acciones cotidianas: agradecer la intervención, aunque la respuesta no sea correcta, destacar el esfuerzo más que el resultado, explicar que incluso los adultos aprenden de sus errores. Estas prácticas generan un clima donde el alumno se siente habilitado a probar sin temor.
La importancia de la mirada del grupo
El miedo a equivocarse no solo depende del vínculo con el docente, también se ve influido por la reacción de los compañeros. Si el grupo se ríe o juzga, el alumno se retrae. Si en cambio existe una cultura de apoyo, donde se valoran las ideas, aunque no sean perfectas, el clima cambia por completo.
Trabajar con dinámicas que promuevan la colaboración más que la competencia, asignar tareas grupales donde todos puedan aportar desde distintos lugares y reforzar el respeto mutuo son estrategias que ayudan a que la equivocación deje de ser un motivo de burla y se convierta en parte natural del aprendizaje.
El error como parte del camino
Para superar el miedo a equivocarse es necesario cambiar la concepción de error. No es el final de un proceso, sino un indicador de lo que aún falta por aprender. Cuando los estudiantes comprenden que fallar no los define, sino que los impulsa a mejorar, la carga emocional disminuye.
Se puede reforzar esta idea mostrando ejemplos de científicos, artistas o deportistas que atravesaron múltiples intentos fallidos antes de alcanzar sus logros. La historia del aprendizaje humano está marcada por errores que se transformaron en descubrimientos, y compartir estos relatos inspira a los alumnos a ver sus propios tropiezos desde otra perspectiva.
Estrategias prácticas para acompañar
Algunas estrategias útiles para trabajar con estudiantes que temen equivocarse son: plantear preguntas abiertas donde no exista una única respuesta, permitir instancias de ensayo antes de la evaluación formal, dar devoluciones individuales en privado para evitar la exposición, y proponer actividades lúdicas donde el error se viva como parte del juego.
También es fundamental dar tiempos adecuados. Muchos alumnos que temen fallar necesitan unos segundos más para procesar la información antes de animarse a responder. Respetar esos ritmos evita que sientan presión innecesaria.
Cuando el miedo se vuelve un obstáculo mayor
Hay situaciones donde el temor a equivocarse no se limita al aula, sino que atraviesa la vida del estudiante en general. En esos casos, es importante que la escuela articule con las familias y, si es necesario, con profesionales que puedan brindar un acompañamiento más profundo. El objetivo no es solo mejorar el rendimiento escolar, sino cuidar la salud emocional del alumno y darle herramientas para afrontar sus inseguridades en distintos contextos.
Un cambio de mirada que transforma
Trabajar con estudiantes que temen equivocarse exige paciencia, comprensión y una disposición a resignificar lo que significa aprender. No se trata de eliminar el error, porque siempre estará presente, sino de enseñarle a los alumnos que equivocarse no es motivo de vergüenza, sino parte de su crecimiento.
Cuando el aula se convierte en un espacio donde el error se acepta, los estudiantes recuperan la libertad de probar, de preguntar y de animarse. Ese cambio de mirada no solo mejora los resultados académicos, sino que también fortalece la confianza personal y prepara a los jóvenes para enfrentar la vida con mayor seguridad.