Por: Maximiliano Catalisano

Cada ciclo lectivo está atravesado por actos escolares que buscan rendir homenaje a fechas históricas, reforzar la identidad nacional y transmitir valores culturales. Sin embargo, con el paso de los años, muchas de estas ceremonias corren el riesgo de transformarse en rutinas repetidas que los estudiantes observan con indiferencia. Lo que nació como un momento de encuentro y reflexión, en ocasiones se convierte en una obligación más dentro del calendario escolar, perdiendo el atractivo y el valor pedagógico que deberían tener.

Cuando los actos se repiten sin creatividad ni renovación, los alumnos dejan de sentirlos como propios y los perciben como actividades desconectadas de su realidad. La escuela, en lugar de acercarlos a la historia y a la cultura, corre el riesgo de generar fastidio o desinterés. Esta situación plantea la necesidad de revisar qué lugar ocupan estas prácticas en la vida escolar y cómo pueden recuperarse para que vuelvan a tener sentido.

El valor original de los actos escolares

En sus orígenes, los actos escolares surgieron como una herramienta pedagógica y comunitaria. No solo recordaban hechos históricos, sino que también buscaban transmitir un mensaje sobre la identidad y el compromiso ciudadano. Eran espacios de encuentro donde la comunidad educativa se reunía para compartir una mirada común sobre el pasado y proyectarla hacia el futuro.

Pero con el paso del tiempo, la reiteración de fórmulas rígidas, la falta de innovación y la presión por cumplir con el calendario oficial han diluido su impacto. Un acto reducido a discursos interminables y representaciones copiadas de años anteriores difícilmente logre inspirar a los estudiantes.

Cuando se pierde la conexión con los estudiantes

El principal riesgo de los actos repetidos es que dejan de tener relación con quienes deberían ser los protagonistas: los alumnos. Si se preparan solo para cumplir con un protocolo, sin considerar las inquietudes y la creatividad de los jóvenes, se transforman en actividades vacías.

Los estudiantes necesitan encontrar un puente entre la conmemoración y su vida cotidiana. No se trata de abandonar la tradición, sino de interpretarla desde preguntas actuales: ¿qué significa hoy la independencia? ¿cómo se relaciona el 25 de mayo con las luchas de las nuevas generaciones? ¿qué puede aportar un acto sobre el Día del Maestro en un mundo donde la educación enfrenta desafíos inéditos?

El rol de los docentes y equipos directivos

La manera en que se piensan y organizan los actos depende en gran medida de los docentes y de las autoridades escolares. Son ellos quienes pueden transformar una simple rutina en un momento de aprendizaje profundo. Para eso, resulta clave animarse a innovar, a romper con la rigidez de los guiones tradicionales y dar lugar a la creatividad de los alumnos.

Un acto puede incorporar teatro, música, producciones audiovisuales, debates o intervenciones artísticas. Puede convertirse en una oportunidad para que los jóvenes expresen sus opiniones, investiguen sobre los hechos con nuevas fuentes y establezcan conexiones con la actualidad. De ese modo, la conmemoración deja de ser una repetición y se transforma en una experiencia significativa.

La importancia de dar sentido

La clave no está en eliminar los actos escolares, sino en devolverles sentido. Para lograrlo es necesario preguntarse qué mensaje se quiere transmitir, qué aprendizaje se espera que los estudiantes se lleven y de qué manera se los puede involucrar activamente.

Un acto con sentido no se mide por la cantidad de discursos o por lo perfecto del guion, sino por la huella que deja en quienes participan. Si al finalizar un acto los alumnos sienten que reflexionaron, que se emocionaron o que aprendieron algo nuevo, entonces habrá cumplido su objetivo.

Riesgos de mantener la rutina vacía

Sostener actos escolares sin contenido real tiene consecuencias que van más allá del aburrimiento. Refuerza en los estudiantes la idea de que la escuela repite fórmulas sin cuestionarlas, lo que debilita la credibilidad institucional. Además, alimenta el distanciamiento entre la historia y los jóvenes, dejando la sensación de que ciertos símbolos o valores no tienen vigencia en la actualidad.

Cuando los actos se convierten en un trámite, también se desaprovecha la oportunidad de fortalecer el sentido de comunidad. En lugar de unir, terminan generando desconexión y apatía.

Recuperar la potencia de los actos

Para evitar caer en la rutina, es fundamental apostar a la renovación constante. Eso no significa borrar lo tradicional, sino reinterpretarlo con propuestas frescas. Permitir que los alumnos investiguen, diseñen escenas teatrales, elaboren canciones, realicen producciones digitales o incluso cuestionen los relatos históricos oficiales, puede ser una manera de revitalizar estos espacios.

La escuela tiene el desafío de mantener viva la memoria, pero también de hacerlo de un modo que sea atractivo y formador para las nuevas generaciones. Cuando los estudiantes se sienten parte activa del proceso, los actos dejan de ser obligaciones y se convierten en momentos esperados.

Hacia una nueva mirada

Repetir sin sentido conduce al vacío, pero resignificar puede abrir puertas a experiencias enriquecedoras. El acto escolar no debería ser visto como un trámite inevitable, sino como una oportunidad para educar desde la emoción, la creatividad y la reflexión.

El desafío está en que cada institución se anime a pensar sus propios formatos, ajustados a su realidad y a las voces de su comunidad. Solo así los actos podrán recuperar su fuerza original: la de ser espacios de encuentro donde el pasado ilumina el presente y proyecta hacia el futuro.