Por: Maximiliano Catalisano
Volver al aula después del receso invernal puede sentirse, muchas veces, como un segundo comienzo del año. Pero también puede aparecer el cansancio acumulado, la presión por “cerrar” contenidos, el calendario que avanza sin pausa y la sensación de que queda mucho por hacer en poco tiempo. En este tramo, el agotamiento temprano se instala si no se toman algunas decisiones clave. No es solo una cuestión individual, tampoco se trata de tener más fuerza de voluntad. Evitar el desgaste antes de tiempo implica mirar el trabajo con otros ojos, encontrar ritmos más sostenibles, ajustar expectativas y cuidar lo más valioso que tiene la tarea docente: el deseo de seguir enseñando con sentido.
Una de las causas más comunes del agotamiento es la sobrecarga de tareas sin orden ni jerarquía. Volver del receso suele traer una avalancha de demandas: planificaciones ajustadas, reuniones, proyectos, trámites, informes. Todo parece urgente. Pero si todo es urgente, nada se prioriza. La primera clave para sostener el semestre es organizar la agenda con claridad. Hacer una lista realista de lo pendiente, distinguir lo importante de lo accesorio, y distribuir las tareas de forma equilibrada ayuda a no caer en la sensación de “estar siempre corriendo”. El trabajo docente tiene tiempos distintos al ritmo administrativo, y hay que aprender a defenderlos.
También es importante revisar las propias expectativas. A veces, sin darnos cuenta, nos exigimos más de lo que se espera institucionalmente. Queremos innovar, acompañar a todos, sostener vínculos, cumplir con los plazos, y además tener tiempo para crear nuevas propuestas. Esa energía, que en los primeros meses del año puede motorizar proyectos, en la segunda etapa puede volverse un peso. No se trata de hacer menos, sino de elegir mejor. En lugar de sumar nuevas ideas sin pausa, conviene revisar qué ya está funcionando, qué se puede profundizar y qué puede esperar. Planificar con menos ansiedad es una forma de cuidarse y de cuidar lo que se construye con los grupos.
El segundo semestre es también el momento donde los vínculos atraviesan un período particular. Las relaciones con los estudiantes, con las familias y con los equipos de trabajo ya tienen un recorrido, con momentos buenos y otros no tanto. Retomar esos vínculos implica encontrar nuevos modos de estar. Si hubo conflictos, es momento de reparar. Si hay cansancio, es momento de escucharlo. El clima de trabajo se construye todos los días, y sostenerlo con calma y respeto ayuda a evitar tensiones innecesarias que desgastan. En este sentido, los espacios de intercambio entre colegas no solo sirven para planificar: también son fundamentales para contenerse, compartir estrategias y reconocer lo que a veces cuesta decir en voz alta.
Una buena manera de evitar el agotamiento es cuidar los pequeños hábitos diarios. A veces, se descansa mal, se almuerza rápido, se trabaja muchas horas seguidas sin pausa. Ese ritmo, sostenido en el tiempo, pasa factura. Hacer un alto, aunque sea de diez minutos, salir al patio, respirar aire fresco, desconectarse del celular en los recreos o tomarse un té con calma no son lujos: son necesidades. Estos gestos no resuelven todo, pero ayudan a sostener el cuerpo y la mente en condiciones más amables. El trabajo docente es emocional, físico e intelectual, y por eso necesita de tiempos reales de descanso, dentro y fuera de la escuela.
El modo en que se planifica también impacta en el cansancio. Las propuestas que se construyen con los estudiantes, que permiten mayor participación y autonomía, tienden a ser más sostenibles que aquellas que dependen todo el tiempo de la intervención directa del docente. Invitar a los estudiantes a elegir temas, a investigar, a trabajar en proyectos o a enseñar a otros no solo favorece el aprendizaje: también distribuye la carga del trabajo diario. La enseñanza no tiene por qué ser un acto solitario, y en la medida en que se comparte, se vuelve más llevadera y más rica.
Otro aspecto a considerar es la relación con los objetivos del año. Muchas veces, el cansancio aparece cuando se siente que todo el esfuerzo no alcanza, o que los resultados no llegan como se esperaba. En esos casos, es fundamental volver a mirar el proceso. Lo que se construyó con un grupo no siempre se ve de forma inmediata. Aprender a valorar los avances pequeños, a reconocer las transformaciones silenciosas, a escuchar una palabra que antes no estaba o a ver una actitud nueva también es parte del trabajo. Sostener la energía implica confiar en que lo sembrado tiene valor, aunque no siempre se coseche a tiempo para la entrega de notas.
Evitar el agotamiento también es una tarea institucional. Si los equipos directivos reconocen el desgaste, habilitan espacios de encuentro, distribuyen tareas con sentido y promueven tiempos posibles, la experiencia escolar se transforma. El cuidado no es una tarea individual: es una construcción compartida. Por eso, al comenzar el segundo semestre, vale la pena revisar las dinámicas de trabajo, abrir el diálogo y preguntarse qué se puede hacer distinto para que el tramo final del año no se convierta en una carrera de obstáculos.
Por último, es necesario volver a conectar con aquello que nos trajo a la docencia. Recordar una clase que salió bien, una conversación significativa, una actividad que emocionó, una devolución inesperada. Esas pequeñas escenas, muchas veces olvidadas en medio del trajín, son las que sostienen el deseo de enseñar. Si se les da lugar, si se las recuerda, si se las comparte, se vuelven fuente de energía. El cansancio no desaparece con frases motivadoras, pero se vuelve más liviano cuando se recupera el sentido del trabajo.