Por: Maximiliano Catalisano
Una escuela no solo está hecha de contenidos y horarios. En cada aula, el lazo que se teje entre quien enseña y quienes aprenden es una construcción lenta, hecha de gestos, de rutinas, de confianza. Por eso, cuando esa voz que guía la clase se interrumpe, cuando hay un cambio de docente a mitad de año, la escuela tambalea. Lo que a veces se presenta como un simple movimiento administrativo, tiene efectos profundos en la vida emocional, pedagógica y relacional de los estudiantes. No siempre se mide, no siempre se ve. Pero se siente. Y mucho.
Cuando la continuidad se interrumpe
El primer impacto de un cambio docente durante el ciclo lectivo es la pérdida de continuidad. No importa si quien llega tiene años de experiencia o muchas ganas: el lazo ya estaba armado con otra persona. Las reglas de convivencia, el estilo de enseñanza, el ritmo del aula, los pequeños acuerdos no escritos que permiten que todo fluya, se ven interrumpidos. Para los estudiantes, sobre todo los más pequeños, esto puede generar desorientación, ansiedad, retraimiento o enojo. La figura del docente no se reemplaza con facilidad, porque no se trata solo de una función, sino de un vínculo.
Los aprendizajes se reorganizan
Cada docente tiene su forma de planificar, de evaluar, de enseñar. Cuando se produce un reemplazo, no siempre hay una transmisión clara de lo que se venía trabajando. Aunque existan registros escritos o planificaciones previas, hay una parte implícita del trabajo pedagógico que no se puede trasladar tan fácilmente. ¿Qué entendieron los estudiantes? ¿Qué quedó pendiente? ¿Qué estrategias fueron más efectivas? Esa información muchas veces se pierde. Y con ella, también se fragmenta el proceso de aprendizaje. Lo que debía ser un camino continuo, se vuelve una serie de tramos desconectados.
El aula como espacio de construcción emocional
Además del contenido, en el aula se construye un espacio emocional. Hay docentes que generan confianza, otros que despiertan entusiasmo, algunos que inspiran respeto. Cambiar esa figura de referencia en medio del año puede dejar un vacío. Y los estudiantes lo sienten. A veces lo expresan con actitudes disruptivas, a veces con desinterés, a veces con angustia. No se trata de que el nuevo docente no sea “bueno”, sino de que hay un duelo que atravesar, un proceso de adaptación que demanda tiempo. Y muchas veces, la institución no lo contempla.
El impacto en la convivencia
No solo los estudiantes deben adaptarse: el nuevo docente también llega a un grupo con dinámicas ya establecidas. Puede haber acuerdos previos que desconozca, conflictos latentes que no entienda, historias personales que no se le informan. Esto puede generar roces, malentendidos, desajustes. El grupo, al percibir a alguien nuevo, pone a prueba límites, reformula vínculos, busca reposicionarse. No es un detalle menor. Cada cambio implica volver a construir una convivencia, algo que requiere tiempo, escucha, paciencia y acompañamiento institucional.
Cuando los cambios se acumulan
En algunas escuelas, los cambios de docentes no son esporádicos, sino constantes. A veces por licencias largas, otras por renuncias o designaciones transitorias. En estos casos, el impacto se agrava. Los estudiantes sienten que el aula es un espacio inestable, que el adulto que tienen enfrente puede desaparecer en cualquier momento. Esto genera desconfianza, desinterés, desconexión con la propuesta pedagógica. Cuando cada mes hay una cara nueva, se pierde toda posibilidad de sostener un proceso a largo plazo. La escuela se vuelve un lugar impredecible.
La necesidad de pensar el acompañamiento
Cuando un cambio docente es inevitable, la forma en que se gestiona hace la diferencia. No alcanza con “designar un reemplazante”. Hace falta acompañar al nuevo docente, informar adecuadamente al grupo, habilitar espacios de expresión, dar tiempo para el reencuentro. La transición no puede dejarse librada al azar. Cada actor institucional debe entender que ese movimiento afecta mucho más que una grilla horaria. Se necesita tiempo para reconstruir lo perdido, para volver a habitar el aula con sentido.
El valor de la estabilidad
Una de las condiciones que más favorece el aprendizaje es la estabilidad. Saber quién estará al frente del aula, poder anticipar lo que viene, reconocer un estilo, confiar en una figura adulta. Cuando eso se mantiene a lo largo del año, los estudiantes pueden concentrarse en aprender. Cuando no, deben invertir tiempo y energía en adaptarse, en sobrevivir a los cambios. Y eso también deja huellas. Por eso es tan importante que las instituciones hagan lo posible por minimizar los movimientos innecesarios, por priorizar la permanencia, por proteger el lazo pedagógico.
Más allá del docente: una mirada institucional
No se trata de responsabilizar a quienes deben tomar una licencia o a quienes por razones personales deben irse. Pero sí es fundamental que la institución tenga una mirada sensible frente a los efectos que eso genera. El cambio de docente no es un trámite. Es un evento que impacta en la dinámica grupal, en los aprendizajes, en la emocionalidad de niños y jóvenes. Y merece ser abordado con cuidado, con respeto, con atención.