Por: Maximiliano Catalisano
Hay una sensación compartida por muchos docentes al ver agendada una nueva reunión escolar: el agotamiento previo. No porque no quieran participar, sino porque muchas veces estas instancias terminan vacías de sentido, repetitivas o desconectadas del día a día. ¿Qué pasa cuando las reuniones se vuelven obligación sin contenido? ¿Cómo cambiar ese guion y convertirlas en espacios que realmente aporten, construyan y sostengan el trabajo educativo? Esta nota invita a repensar las reuniones escolares desde una lógica distinta, más humana, más conectada con la realidad del aula y con lo que necesitan quienes hacen la escuela todos los días.
El problema no es reunirse, sino cómo
Reunirse no es el problema. Lo que desgasta es no saber para qué, sentir que el tiempo no se aprovecha o que lo que se habla no impacta en la práctica cotidiana. Muchas reuniones terminan siendo un repaso de temas ya conocidos, una seguidilla de indicaciones poco claras o un espacio de catarsis sin conducción. Eso genera cansancio, desmotivación y hasta rechazo.
Para que una reunión escolar sume, tiene que estar bien pensada. No alcanza con fijar una fecha y una hora. Es necesario definir un propósito concreto, una dinámica acorde y un tiempo realista. El docente necesita saber por qué está ahí, qué se espera de su participación y cómo se continuará el trabajo iniciado.
Menos palabras, más escucha
Una de las prácticas más desgastantes en las reuniones es el monólogo. Cuando una o dos personas hablan durante largos minutos sin pausa, el resto desconecta. Escuchar sin participar activa el piloto automático. En cambio, cuando se abre la palabra, cuando hay tiempo para pensar en voz alta, cuando se valida lo que se comparte, el sentido se transforma.
La participación no se fuerza, se construye. Y eso implica generar un ambiente donde hablar no sea riesgoso, donde la opinión sea bienvenida, donde la diferencia no moleste. Para eso, es necesario cambiar la lógica vertical por una más circular, más horizontal, más cercana.
Dinámicas breves, pero potentes
No hace falta reunirse tres horas para hacer un buen trabajo. A veces, una dinámica breve, bien planteada y bien cerrada, alcanza para generar movimiento. Se pueden usar preguntas disparadoras, análisis de casos, lectura de situaciones concretas, intercambios por equipos. Lo importante es que el tiempo tenga sentido.
El uso del tiempo también es una forma de cuidado. Si una reunión se puede resolver en 45 minutos, alargarla no suma. Al contrario, quita energía y genera fastidio. Respetar el tiempo de quienes trabajan es también una forma de valorar lo que hacen.
Que lo que se hable no se lo lleve el viento
Uno de los mayores reclamos en las reuniones escolares es que muchas veces se habla mucho, pero no queda nada. No hay acuerdos, no hay continuidad, no hay devolución. Lo conversado se pierde entre papeles o se olvida en la agenda.
Una reunión útil es aquella que deja una marca, aunque sea pequeña. Un compromiso, un cambio, una propuesta a revisar, una mirada distinta. Para eso, es importante registrar lo trabajado y asegurar que tenga una continuidad. No se trata de hacer actas eternas, sino de rescatar lo que importa.
Cuánto más claras son las reglas, más fluida es la reunión
A veces las reuniones se vuelven caóticas porque no hay reglas claras. No se define quién coordina, cuánto tiempo se destina a cada tema, cómo se toman las decisiones. Eso genera discusiones innecesarias, interrupciones, malentendidos.
Establecer algunos acuerdos básicos de convivencia en las reuniones puede hacer una gran diferencia. Saber que todos tendrán un tiempo para hablar, que se respetarán los turnos, que habrá una síntesis al final, permite que la reunión fluya mejor y que nadie sienta que perdió el tiempo.
La importancia de la emocionalidad
No se puede pensar una reunión escolar solo desde la lógica técnica. Las personas que asisten llegan con cansancio, con preocupaciones, con situaciones personales que no se dejan en la puerta de la escuela. Negar eso es negar la realidad.
Iniciar una reunión con una breve dinámica emocional, con un espacio para compartir cómo llega cada uno, puede parecer menor, pero tiene un impacto fuerte. Humaniza el encuentro, conecta al equipo, habilita otra escucha. Una reunión que comienza desde el vínculo es una reunión que se vive distinto.
Cerrar con algo que impulse
No todas las reuniones van a ser memorables. Pero todas pueden dejar algo. Por eso, es clave cuidar el cierre. No terminar por agotamiento, sino dejar un mensaje claro, una pregunta abierta, un compromiso compartido. Que el último minuto de la reunión no sea solo “bueno, ya está”, sino algo que impulse, aunque sea un poco, el trabajo de cada día.