Por: Maximiliano Catalisano

Hay jornadas escolares que terminan con estudiantes exhaustos, docentes abrumados y equipos directivos corriendo detrás de una agenda interminable. No es solo una cuestión de cansancio físico, sino de una fatiga que se acumula por la falta de sentido, por una rutina que se repite sin reflexión, sin pausas ni ajustes. A veces la escuela parece funcionar como una maquinaria automática, donde los horarios, los contenidos y las tareas se suceden sin conexión con lo humano. Y cuando eso pasa, la experiencia educativa pierde fuerza. Construir rutinas escolares que no agoten no es solo una cuestión organizativa: es una forma de cuidar el tiempo, de habilitar espacios para lo importante, de permitir que el día escolar no se convierta en una carrera sin fin.

El problema de la rutina inercial

Muchas escuelas repiten año tras año el mismo esquema horario, las mismas distribuciones de materias, las mismas dinámicas de entrada, recreos y salida. Esta lógica inercial deja poco margen para revisar si lo que se hace tiene sentido. Se recarga el día con actividades, reuniones, papeles, exámenes, clases extendidas, sin revisar cómo impacta todo eso en quienes habitan la escuela. Los estudiantes se enfrentan a días largos, con materias sucesivas sin conexión entre sí. Los docentes deben resolver en pocos minutos lo que requiere tiempo, preparación y atención. La rutina así diseñada no contiene: exige. Y esa exigencia acumulada se convierte en agotamiento.

La falta de pausas reales

Las pausas están previstas en el papel, pero no siempre se respetan. En muchas instituciones los recreos se llenan de pedidos administrativos, llamados, charlas urgentes, correcciones. Hay docentes que almuerzan rápido mientras preparan una clase, o estudiantes que no logran desconectarse ni un momento porque deben estudiar para la próxima hora. La rutina escolar muchas veces no contempla pausas reales, aquellas que permiten respirar, conversar, distenderse, procesar lo vivido. Sin pausas genuinas, no hay posibilidad de sostener la atención ni de cuidar la salud mental. Las rutinas escolares deben habilitar tiempos verdaderos de descanso.

El sentido del tiempo escolar

Una rutina no se vuelve agotadora solo por la cantidad de actividades, sino por la desconexión con el sentido. ¿Qué valor tiene lo que se hace cada día? ¿Qué lugar ocupan la creatividad, el juego, el diálogo? Si el día escolar está saturado de materias sin integración, de tareas sin reflexión, de obligaciones sin propósito, el agotamiento se vuelve inevitable. Es necesario repensar el tiempo escolar desde un enfoque más humano, donde no todo esté centrado en “llenar horas”, sino en generar experiencias significativas. Menos cantidad, más calidad. Menos urgencia, más presencia.

La carga invisible de las tareas escolares

Además del horario formal, existe una carga invisible que recae tanto sobre docentes como sobre estudiantes. Correcciones que se hacen en casa, tareas que se extienden más allá del aula, trabajos prácticos, planificación, informes. Muchas veces las rutinas escolares no consideran ese tiempo no remunerado ni visibilizado que se espera como parte del rol. En el caso de los estudiantes, esa carga termina ocupando también su tiempo libre, impidiendo otras experiencias igual de valiosas: jugar, descansar, compartir en familia. Una rutina que no agota debe también tener en cuenta lo que sucede fuera de la escuela, porque todo impacta.

La importancia del clima institucional

El modo en que se vive el día escolar también depende del clima que se genera entre quienes lo habitan. Una rutina cargada puede sentirse más liviana si hay buenos vínculos, si se habilita la palabra, si se cuida el trato. Pero cuando el ambiente es tenso, demandante, excesivamente formal o despersonalizado, el desgaste es mayor. Las escuelas que piensan sus rutinas desde lo vincular, que dan lugar al encuentro, al reconocimiento mutuo, que no funcionan solo por reloj, son aquellas que logran sostener jornadas más amables. El clima institucional es parte de la rutina: o la vuelve más liviana, o la hace insoportable.

Revisar para cuidar

Construir rutinas escolares que no agoten implica revisar prácticas naturalizadas, abrir espacios de conversación dentro del equipo docente y con los estudiantes. Escuchar lo que se dice en los pasillos, observar cuándo y cómo se manifiesta el cansancio, tomar decisiones que no respondan solo a las urgencias del sistema. A veces pequeños cambios hacen una gran diferencia: ajustar el orden de las materias, dar lugar a espacios de reflexión, combinar momentos individuales con actividades grupales, recuperar el valor del recreo, incluir actividades expresivas. Las rutinas escolares no deben ser una condena: pueden ser una estructura flexible que dé orden sin rigidez, que sostenga sin ahogar.

El desafío de sostener lo importante

Cuando se piensa una rutina escolar desde la escucha, el equilibrio y el sentido, se habilita una experiencia educativa más saludable. No se trata de trabajar menos, sino de trabajar mejor. No se trata de eliminar contenidos, sino de distribuirlos con lógica y cuidado. No se trata de entretener, sino de construir un tiempo colectivo que sea vivible. Porque si quienes enseñan y aprenden terminan cada día agotados, algo está fallando en el diseño del tiempo escolar. El desafío está en construir un modo de habitar la escuela que respete los ritmos, que valore las pausas, que habilite momentos de presencia verdadera. Y eso no es algo que se logre una vez y para siempre: es una tarea que requiere revisión constante, apertura y voluntad de mejora.