Por: Maximiliano Catalisano
En muchas situaciones dentro de la vida escolar, un informe de convivencia puede ser el documento que ayude a comprender un conflicto, dar cuenta de una intervención o tomar una decisión que afecte a estudiantes, docentes y familias. No se trata de un simple resumen de hechos: redactar un informe de convivencia escolar exige observar, registrar, interpretar con objetividad y comunicar con claridad lo que ocurre en una institución educativa. Sirve para dejar constancia, para construir acuerdos, para evidenciar procesos y para respaldar acciones que buscan mejorar el clima escolar. Saber cómo se hace correctamente no solo evita errores, sino que permite cuidar a todas las partes involucradas. En esta nota te explicamos paso a paso cómo se arma un informe de convivencia escolar, qué debe incluir, qué tono debe tener y en qué casos conviene elaborarlo.
Qué es un informe de convivencia escolar
Un informe de convivencia es un documento que redacta un miembro del equipo institucional (como preceptores, docentes, miembros del equipo de orientación o directivos) cuando se produce una situación relevante que afecta la dinámica escolar. Puede tratarse de un conflicto entre estudiantes, una conducta que se aparta de las normas institucionales, una situación de riesgo o una intervención específica que merece ser registrada.
No es un parte disciplinario, ni una denuncia formal, ni un castigo por escrito. Es un relato técnico que busca narrar lo ocurrido con objetividad, sin emitir juicios de valor ni etiquetar conductas, pero sí dejando constancia de los hechos, las intervenciones realizadas y los pasos a seguir. Este informe puede formar parte del legajo de un alumno o alumna, puede ser elevado a equipos supervisores o compartido con familias según la situación.
Cuándo se debe realizar
El informe de convivencia escolar debe elaborarse cuando se considera que una situación supera lo cotidiano, se repite en el tiempo, requiere una mirada institucional más amplia o puede tener consecuencias mayores. También cuando intervienen varios actores o cuando se desea dejar constancia de una acción preventiva o de seguimiento.
Algunos ejemplos comunes pueden ser: episodios de violencia verbal o física entre estudiantes, desacuerdos graves entre estudiantes y docentes, observación de actitudes discriminatorias, situaciones de acoso, daños a materiales o instalaciones, reiteradas transgresiones a las normas de convivencia o intervenciones de terceros (familia, policía, servicios externos). También se redactan cuando se realizan derivaciones, entrevistas con adultos responsables o cuando se acuerdan estrategias de acompañamiento.
Qué debe contener el informe
El informe debe comenzar con los datos básicos: nombre del alumno o los alumnos involucrados, curso, fecha y hora del hecho, lugar donde ocurrió y persona que elabora el documento. Luego debe detallarse lo ocurrido, siguiendo un relato claro y cronológico. Es importante usar frases simples, sin adjetivos ni interpretaciones subjetivas, relatando lo observado o lo que fue informado por testigos. Si hubo intervención de adultos, se debe indicar quién lo hizo, cómo y con qué resultado.
Después del relato, conviene registrar las medidas tomadas (intervención directa, llamado a las familias, entrevistas, derivaciones) y, si corresponde, las propuestas de seguimiento (acompañamiento, citaciones, acuerdos, compromisos).
Debe finalizar con la firma de quien redacta y, si se va a compartir, con los espacios destinados para las firmas de quienes lo reciben. En algunos casos, se puede incluir el visto bueno del equipo directivo.
El tono del informe y las palabras que se usan
Uno de los aspectos más delicados al redactar un informe de convivencia es el lenguaje. Debe ser objetivo, respetuoso, claro y profesional. Se deben evitar expresiones que juzguen a las personas, como “es violento”, “es irrespetuoso” o “siempre genera problemas”. En su lugar, se debe describir la conducta puntual, con expresiones como “interrumpió la clase con gritos constantes”, “empujó a un compañero durante el recreo” o “se retiró del aula sin autorización”.
Las apreciaciones personales, las conjeturas o los comentarios irónicos deben quedar afuera. Lo que se busca es un documento técnico, no un descargo emocional. También debe cuidarse la ortografía, la redacción formal y la coherencia interna del texto.
Cómo se guarda y quién lo lee
El informe de convivencia forma parte de los documentos institucionales. Una vez escrito y firmado, debe archivarse en la carpeta correspondiente, ya sea en el legajo del estudiante o en el registro de convivencia del equipo. No debe ser expuesto públicamente, ni circular por canales informales como grupos de mensajería o redes sociales. Solo deben acceder a él las personas autorizadas por la normativa y el equipo de gestión.
En muchos casos, el informe se utiliza para dialogar con las familias, evaluar intervenciones con los equipos de orientación o presentar ante inspección escolar en caso de situaciones complejas. Por eso, su contenido debe ser claro, fundado y respetuoso de los derechos de todos los involucrados.
Errores frecuentes que deben evitarse
Un error común es confundir el informe con un llamado de atención o con una carta disciplinaria. Otro es escribirlo en tono personal o emocional, lo que puede restar objetividad al relato. También se observa con frecuencia el uso de expresiones vagas (“se comportó mal”, “no respetó”) que no permiten entender qué pasó realmente.
Tampoco debe omitirse información relevante, ni escribirse apurado o sin revisar. Es recomendable siempre leerlo antes de entregarlo, pedir una segunda opinión si hace falta y asegurarse de que cumple su función sin dejar espacio a malentendidos.
Conclusión
Un informe de convivencia bien hecho no solo cumple con una función administrativa, sino que ayuda a construir una cultura escolar que respeta las reglas, protege a quienes participan y permite intervenir con criterio ante las situaciones que afectan la convivencia. Saber redactarlo, usar el tono adecuado y registrar los hechos con claridad es una tarea que suma profesionalismo a la vida escolar cotidiana. No se trata de llenar papeles, sino de construir memoria institucional, acompañar procesos y cuidar la calidad de las relaciones humanas dentro de la escuela.