Por: Maximiliano Catalisano
La relación entre las familias y la escuela puede marcar una diferencia enorme en el desarrollo de los estudiantes. Cuando madres, padres o adultos responsables se sienten parte del proyecto educativo, todo se transforma: hay más acompañamiento, mayor comunicación y se generan espacios de cuidado compartido. Pero lograr esta participación no siempre es sencillo. Requiere diálogo, escucha y propuestas que realmente inviten a involucrarse desde lo cotidiano, sin forzar ni imponer.
La participación familiar no se limita a asistir a reuniones o actos escolares. Va mucho más allá. Se trata de abrir canales reales para que las familias puedan compartir saberes, intereses, experiencias y también inquietudes. Una conversación en la puerta, un mensaje de WhatsApp, una consulta que se transforma en una charla más profunda: todo eso también es formar parte.
Para promover esta participación, es importante que la escuela no hable solo desde el deber, sino desde la invitación. Pensar propuestas que incluyan a todos, sin suponer qué pueden o no pueden hacer, es el primer paso. Algunas escuelas abren espacios donde las familias cuentan a qué se dedican, enseñan recetas, comparten una tradición o ayudan a organizar una actividad para los estudiantes. Lo clave está en que cada persona pueda sumar desde su lugar, sin sentirse juzgada.
La comunicación también es un aspecto central. Las herramientas digitales permiten mantener el contacto de forma constante y cercana. Grupos de mensajería, plataformas institucionales o boletines digitales pueden usarse no solo para informar, sino también para compartir logros, avances y propuestas. El lenguaje con el que nos dirigimos también importa: claro, amable y abierto.
Otro aspecto interesante es integrar a las familias en proyectos escolares. Por ejemplo, actividades al aire libre, jornadas culturales, huertas comunitarias o actividades deportivas donde adultos y estudiantes trabajen juntos. En estos espacios se generan vínculos más sólidos y genuinos.
En definitiva, la participación familiar no se construye desde la obligación, sino desde el reconocimiento mutuo. Incluir a las familias en la vida escolar implica abrir puertas, valorar aportes diversos y construir un vínculo que enriquezca a todos: escuela, docentes, estudiantes y comunidad.