Por: Maximiliano Catalisano
Durante mucho tiempo la escuela pareció pedirle al cuerpo que se quede quieto. Se esperaba que los alumnos aprendieran sentados, en silencio, escuchando y escribiendo, como si pensar y moverse fueran actividades incompatibles. Sin embargo, hoy sabemos que el cuerpo no es un simple soporte del cerebro, sino un protagonista central del aprendizaje. Moverse, jugar, estirarse, bailar o cambiar de postura no son distracciones: son modos de activar la mente, de mejorar la concentración y de conectar con el conocimiento desde otra dimensión. El cuerpo en el aula no interrumpe el aprendizaje; lo potencia.
Entender la importancia del cuerpo en la escuela es abrir la puerta a una educación más completa, que reconozca que el bienestar físico, emocional y cognitivo están profundamente entrelazados. Un alumno que se mueve aprende mejor, retiene más información y gestiona con mayor facilidad su energía y sus emociones. Las neurociencias lo confirman: el movimiento estimula la memoria, la atención y la creatividad. Pero más allá de los estudios, la experiencia cotidiana lo demuestra en cada aula donde se promueven dinámicas activas, pausas corporales o actividades que integran lo motriz con lo intelectual.
El cuerpo también aprende
El cuerpo no solo acompaña el aprendizaje, sino que lo produce. Cada gesto, cada desplazamiento o coordinación forma parte de un proceso de construcción del conocimiento. En las primeras etapas de la vida, los niños aprenden explorando, tocando, manipulando objetos y moviéndose libremente. Sin embargo, a medida que crecen, la escuela suele restringir ese componente vital del aprendizaje. Recuperar el cuerpo en el aula implica reconocer que las emociones, las posturas, los movimientos y el juego son aliados de la comprensión y no enemigos del orden.
Las clases donde se habilita el movimiento son más dinámicas, participativas y memorables. Una simple actividad que combine desplazamiento con contenido —como juegos de preguntas y respuestas en movimiento, dramatizaciones o proyectos de arte corporal— puede hacer que los conocimientos se fijen de manera más profunda. Lo que se aprende con el cuerpo se recuerda mejor porque involucra múltiples sentidos y emociones.
Movimiento y bienestar escolar
No se puede hablar de aprendizaje sin hablar de bienestar. El sedentarismo prolongado no solo afecta la postura o la salud física, sino también el estado de ánimo, la atención y la motivación. En contraposición, moverse dentro del aula —levantarse, cambiar de grupo, realizar ejercicios breves o estiramientos— renueva la energía y mejora el clima de trabajo. Incluso las llamadas “pausas activas”, de apenas cinco minutos, tienen un impacto notable en la concentración y en la convivencia.
La educación física cumple un rol clave, pero no debería ser el único espacio donde el cuerpo tiene voz. El desafío es integrar el movimiento en todas las materias, entendiendo que aprender matemáticas, historia o lengua también puede hacerse desde lo corporal. Un mapa humano en el patio para repasar geografía, una línea del tiempo representada con posiciones y gestos, una poesía dramatizada o una experiencia científica que invite a moverse son ejemplos de cómo el aprendizaje puede dejar de ser estático sin perder profundidad.
Educar desde la experiencia corporal
Incluir al cuerpo en el proceso educativo es también una manera de enseñar autocuidado y conciencia física. Los estudiantes aprenden a reconocer señales de cansancio, tensión o ansiedad, y a regularlas a través del movimiento. Esta dimensión es fundamental en una época marcada por el uso intensivo de pantallas, que muchas veces provoca rigidez postural y desconexión corporal. Volver a moverse, estirarse, respirar conscientemente o jugar colectivamente ayuda a restablecer un equilibrio perdido.
Desde esta mirada, el cuerpo no solo es vehículo de salud, sino también de expresión. Las actividades corporales promueven la creatividad, el trabajo en equipo y la comunicación no verbal. Un grupo que baila, actúa o realiza un proyecto físico conjunto aprende a coordinar, escuchar y confiar. Estas experiencias fortalecen los vínculos y contribuyen a un ambiente escolar más amable, donde el respeto mutuo se construye también desde el contacto con el propio cuerpo.
Un aula que se mueve, una escuela que respira
Las escuelas que incorporan estrategias de movimiento notan un cambio profundo en la actitud de los estudiantes. Hay más entusiasmo, menos conflictos y mayor disposición a participar. No se trata de convertir cada clase en una sesión de gimnasia, sino de comprender que el cuerpo puede ser un recurso pedagógico poderoso. Cada vez que el docente permite desplazarse, actuar o construir físicamente un concepto, está habilitando un tipo de inteligencia que muchas veces queda relegada.
Las metodologías activas, como el aprendizaje basado en proyectos o el aprendizaje por experiencias, se apoyan justamente en esta premisa: los alumnos aprenden mejor cuando hacen, cuando se involucran y cuando su cuerpo forma parte de la acción. En la medida en que la escuela promueva ese tipo de experiencias, el aprendizaje se volverá más significativo, más duradero y más conectado con la realidad.
El desafío para la educación contemporánea no es solo enseñar contenidos, sino enseñar a vivir con salud, conciencia y equilibrio. Incorporar el cuerpo al aula no es una moda pedagógica; es una necesidad para formar personas plenas, capaces de cuidar de sí mismas y de los demás. Una escuela que se mueve es una escuela que respira, que late, que acompasa su ritmo al de la vida misma. Y en ese movimiento compartido, el aprendizaje encuentra su mejor forma de florecer.
 
							 
			 
			 
			 
			 
            
        