Por: Maximiliano Catalisano

En tiempos en los que los estudiantes están rodeados de pantallas, estímulos rápidos y respuestas automáticas, el método socrático reaparece como una bocanada de aire fresco en la educación. En lugar de ofrecer certezas cerradas, propone el arte de preguntar. En lugar de imponer respuestas, invita a dudar, razonar y dialogar. Es, en definitiva, una pedagogía que no envejece, porque toca el núcleo de lo que significa aprender: pensar por uno mismo. En el siglo XXI, cuando el conocimiento está al alcance de un clic, pero la comprensión profunda escasea, recuperar el método socrático no solo es posible, sino necesario.

El método socrático tiene su origen en la antigua Grecia, en las conversaciones que Sócrates mantenía en las plazas de Atenas con sus discípulos y con todo aquel dispuesto a dialogar. No enseñaba mediante discursos ni libros, sino a través de preguntas. Su propósito no era transmitir información, sino despertar la reflexión. Al interrogar a sus interlocutores, los obligaba a examinar sus propias ideas, a descubrir contradicciones y, sobre todo, a reconocer lo que no sabían. Ese reconocimiento de la ignorancia era, para Sócrates, el punto de partida del verdadero conocimiento.

Este enfoque educativo se basaba en un profundo respeto por el pensamiento del otro. Sócrates no imponía verdades, sino que ayudaba a que cada persona las encontrara por sí misma. Este proceso, conocido como mayéutica, comparaba la enseñanza con el arte de la partera: el maestro no “introduce” conocimiento, sino que ayuda a “dar a luz” las ideas que ya habitan en el interior del estudiante. La función del maestro, entonces, no es llenar una mente vacía, sino provocar el pensamiento.

El método socrático es, ante todo, un diálogo. En el intercambio entre maestro y alumno, ambos se transforman. El maestro aprende del alumno tanto como el alumno del maestro. El conocimiento surge de la interacción, de la duda, de la búsqueda compartida. En una época donde muchas veces la enseñanza se reduce a la repetición o al cumplimiento de programas, esta visión rescata la idea del aula como espacio de encuentro intelectual, donde preguntar es tan importante como responder.

Su vigencia en la educación contemporánea radica precisamente en que promueve habilidades que hoy se consideran esenciales: el pensamiento crítico, la capacidad de argumentar, la escucha activa y el respeto por la diversidad de opiniones. A través del diálogo socrático, los estudiantes aprenden a cuestionar, a construir ideas con fundamento y a reconocer el valor del desacuerdo. En lugar de memorizar datos, aprenden a pensar de forma independiente.

Además, este método fomenta una relación diferente con el error. En lugar de verlo como un fracaso, lo considera parte del proceso de aprendizaje. Las equivocaciones no son motivo de castigo, sino oportunidades para revisar las propias ideas y avanzar hacia una comprensión más profunda. En este sentido, el método socrático se alinea con las pedagogías más innovadoras del siglo XXI, que valoran la exploración, la autonomía y la reflexión sobre el propio pensamiento.

Las aulas actuales, muchas veces atravesadas por la prisa y la sobrecarga de contenidos, podrían beneficiarse de incorporar momentos de diálogo socrático. No se trata de reproducir literalmente los diálogos de Platón, sino de recuperar su espíritu: crear espacios donde el estudiante pueda preguntar sin miedo, reflexionar con otros y construir sentido. Este tipo de aprendizaje no solo fortalece la mente, sino también el carácter, porque enseña humildad, tolerancia y responsabilidad frente a las propias ideas.

En el ámbito escolar, el método socrático puede aplicarse en distintas materias. En literatura, permite analizar textos desde múltiples perspectivas. En ciencias, ayuda a formular hipótesis y a comprender los fundamentos de cada descubrimiento. En filosofía, se convierte naturalmente en el eje del pensamiento. Pero su mayor virtud es que trasciende las asignaturas: enseña a pensar con profundidad y curiosidad, habilidades necesarias para la vida cotidiana y la convivencia social.

En un mundo saturado de información y de opiniones rápidas, el método socrático ofrece una herramienta invaluable: el hábito de detenerse a pensar. La educación del siglo XXI necesita formar personas capaces de discernir, de dialogar sin agredir, de argumentar con razón y de escuchar con atención. Eso es precisamente lo que enseñaba Sócrates hace más de dos mil años, y lo que aún hoy sigue siendo el corazón de toda buena enseñanza.

Volver al método socrático no significa retroceder, sino avanzar hacia una educación más humana. En lugar de aulas donde los estudiantes repiten fórmulas, necesitamos espacios donde aprendan a preguntar. En lugar de maestros que “transmiten” verdades, necesitamos guías que ayuden a pensar. Porque solo quien se atreve a preguntar puede llegar a comprender, y solo quien comprende puede transformar su realidad. El diálogo, en definitiva, sigue siendo la forma más profunda de aprender.