Por: Maximiliano Catalisano
El primer semestre escolar concluye y, más allá de los informes y reuniones, se abre un espacio íntimo e imprescindible para detenerse y mirar hacia adentro. No se trata solo de repasar planificaciones o resultados, sino de revisar con honestidad cómo fue el vínculo con los estudiantes, qué funcionó en el aula y qué cosas podrían cambiarse en el segundo tramo del año. La autoevaluación docente es una herramienta poderosa si se hace con intención, sin automatismos ni culpas, y permite tomar decisiones más claras para mejorar la experiencia educativa tanto para el docente como para sus alumnos.
El sentido de evaluarse a uno mismo
En el ritmo cotidiano de la escuela muchas veces se pierde la oportunidad de pensar en lo que se hizo. La autoevaluación no debe vivirse como una obligación externa sino como un derecho del docente a reflexionar sobre su práctica. No es necesario que esta mirada sea rígida o formal; puede comenzar con preguntas simples: ¿Me sentí cómodo enseñando los temas?, ¿Mis estudiantes se engancharon con las propuestas?, ¿Me sorprendieron con sus preguntas o respuestas?, ¿Pude sostener un ambiente de aprendizaje donde se sintieran contenidos? Hacer este ejercicio no solo mejora la planificación futura, también ayuda a recuperar el sentido del rol educativo que muchas veces se diluye entre tareas, burocracia y urgencias.
La importancia de lo que no se ve en los informes
Los números, porcentajes y promedios dicen mucho pero no lo dicen todo. Un estudiante que mejoró su participación, un grupo que logró un clima más respetuoso, una familia que se acercó después de años, un compañero con quien se empezó a construir una nueva manera de trabajar. Todos esos elementos son parte de la experiencia del primer semestre y deben tener un lugar en la autoevaluación. Para eso, es útil anotar brevemente los logros no visibles en papel, aquellos que hablan de vínculos, perseverancia o creatividad. Reconocer eso en la propia práctica aporta una mirada más completa de lo que significa enseñar.
Mirar los errores sin juzgarse
Ningún docente atraviesa seis meses de clases sin haber tenido errores, desajustes o días difíciles. Lo importante es poder mirar esas situaciones sin culpa y con un enfoque de aprendizaje. ¿Qué no salió como se esperaba? ¿Qué decisiones no resultaron? ¿Qué se podría haber hecho distinto? A veces se detectan cuestiones estructurales, como la necesidad de más tiempo para preparar clases, o de nuevas estrategias para incluir a ciertos estudiantes. Otras veces son aspectos personales como el manejo de la energía, la comunicación o la tolerancia a la frustración. Reconocerlos es el primer paso para hacer cambios reales.
Incluir lo emocional y lo corporal
El cansancio, la alegría, el malestar físico, la emoción ante un logro del grupo. Todo eso también forma parte de la experiencia docente y debe estar presente en la autoevaluación. No se trata de exponer intimidades sino de registrar cómo se vivió este semestre desde lo humano. Un docente agotado difícilmente podrá sostener propuestas creativas; uno motivado podrá contagiar entusiasmo incluso con contenidos difíciles. Por eso, preguntarse cómo nos sentimos, qué cosas nos entusiasmaron y cuáles nos desgastaron ayuda a proyectar un segundo semestre con más conciencia.
Qué papel juegan los estudiantes en esta revisión
Los alumnos son una fuente valiosa para evaluar el recorrido hecho. No se trata de entregar encuestas formales necesariamente, sino de estar atentos a sus gestos, comentarios, iniciativas o silencios. ¿Hubo entusiasmo en las clases?, ¿cuáles actividades despertaron mayor interés?, ¿qué temas generaron debates o participación genuina? Incluso si no se expresan directamente, los estudiantes dan señales constantes sobre cómo viven el aprendizaje. Incorporar esa mirada indirecta en la autoevaluación enriquece la visión que el docente tiene de su propio trabajo.
Escribir para mirar con otros ojos
Una forma sencilla de hacer esta evaluación es escribirla. No hace falta redactar un informe técnico, pero sí tomarse el tiempo para dejar constancia de lo vivido. Puede ser una carta a uno mismo, una lista de momentos destacados, un diario breve con ideas sueltas o una grilla con aspectos positivos y puntos a mejorar. El registro escrito permite mirar con más distancia y claridad, y además sirve como referencia para el cierre del ciclo lectivo, donde muchas veces cuesta recordar con precisión lo trabajado en el año.
De la reflexión a la acción
La autoevaluación no debería quedar como una actividad aislada, sino como una base para tomar decisiones concretas. A partir de lo observado, se pueden planificar nuevas actividades, repensar objetivos, reorganizar grupos, variar estrategias, pedir ayuda a colegas o formarse en temas puntuales. No se trata de cambiar todo, sino de ajustar lo necesario para que el segundo semestre sea más saludable y más significativo. Incluso puede ser el momento para retomar una idea postergada o probar una dinámica diferente en el aula.
No esperar a diciembre para mirar lo hecho
Evaluarse a mitad de año tiene una ventaja clara: todavía queda tiempo para hacer ajustes. No es una mirada de cierre, sino una oportunidad para renovar el compromiso con la tarea docente. Por eso es importante no apurarse ni dejarse llevar por la rutina. Dedicar unas horas a esta práctica puede marcar una diferencia en cómo se encara la segunda parte del año y en cómo se vive el oficio de enseñar.