Por: Maximiliano Catalisano

Hay momentos en la vida escolar que cambian para siempre la forma en que un estudiante se ve a sí mismo. Uno de ellos ocurre cuando presenta su idea frente a un jurado internacional, comparte su experimento con jóvenes de otros países o explica cómo un pequeño proyecto de aula puede tener impacto real en la comunidad. Las ferias de ciencias internacionales son mucho más que competencias: son espacios donde la curiosidad se transforma en conocimiento y la creatividad en descubrimiento. Allí, los alumnos descubren que la ciencia no solo se aprende, sino que también se construye, se comparte y se celebra. En un mundo donde la motivación escolar enfrenta tantos desafíos, estas experiencias se han convertido en verdaderos motores de inspiración para las nuevas generaciones.

Desde mediados del siglo XX, las ferias de ciencias han evolucionado de simples exposiciones escolares a plataformas globales de innovación juvenil. Eventos como la International Science and Engineering Fair (ISEF) en Estados Unidos, la European Union Contest for Young Scientists (EUCYS) en Europa o la Expo Ciencias Internacional en América Latina reúnen cada año a miles de jóvenes investigadores que presentan proyectos sobre temas tan diversos como energía renovable, inteligencia artificial, biotecnología o sostenibilidad ambiental. Lo que los une no es solo el interés por la ciencia, sino el deseo de aportar ideas que mejoren la vida de las personas. Detrás de cada experimento hay una historia personal, un problema detectado, una pregunta que nació en clase y que encontró en el laboratorio una posible respuesta.

La ciencia como lenguaje universal

En un encuentro internacional de ciencias, los idiomas, las banderas y las culturas parecen desaparecer ante una verdad compartida: la curiosidad humana es universal. Jóvenes de países tan distintos como India, México, Japón, Nigeria o Finlandia se encuentran para hablar el mismo idioma de la observación, la hipótesis y la evidencia. Estas experiencias no solo impulsan vocaciones científicas, sino que también construyen una conciencia global sobre los desafíos del planeta. En los últimos años, muchas ferias han incorporado categorías vinculadas con el cambio climático, la inclusión tecnológica y la salud pública, motivando a los participantes a proponer soluciones creativas a problemas reales.

El valor educativo de estas ferias radica en que no se limitan a premiar proyectos innovadores, sino que fomentan el aprendizaje colaborativo, la perseverancia y la confianza. Los estudiantes deben investigar, experimentar, equivocarse y volver a intentarlo. En ese proceso desarrollan habilidades que difícilmente se adquieren en clases tradicionales: pensamiento crítico, trabajo en equipo, comunicación científica y responsabilidad social. Al preparar sus proyectos, los jóvenes aprenden que la ciencia no ocurre en soledad, sino en diálogo constante con otros, y que una buena idea puede surgir de una observación cotidiana.

Un impulso que transforma la relación con el aprendizaje

Diversos estudios educativos demuestran que la participación en ferias científicas aumenta significativamente el interés por las carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Pero su impacto va más allá de las estadísticas: cambia la actitud hacia el aprendizaje. Los estudiantes dejan de ver la escuela como un espacio de memorización y comienzan a percibirla como un laboratorio de posibilidades. En países como Brasil, Argentina o Chile, los ministerios de educación han fortalecido sus redes nacionales de ferias escolares para promover que cada región tenga representación en certámenes internacionales. Este tipo de políticas permite que jóvenes de contextos rurales o con menos recursos accedan a experiencias transformadoras que pueden marcar su futuro académico.

Un ejemplo inspirador es el de ISEF 2023, donde un grupo de estudiantes de Indonesia presentó un proyecto de bioplásticos elaborados a partir de residuos de arroz. Lo que comenzó como una inquietud por reducir la contaminación local se convirtió en una propuesta con impacto ambiental global. En la misma edición, jóvenes de Alemania y Kenia desarrollaron un sistema de purificación de agua que combina materiales naturales y energía solar. Estas iniciativas demuestran que la ciencia escolar, cuando se nutre del compromiso y la curiosidad, puede alcanzar niveles de innovación impensados.

Ferias que conectan generaciones y culturas

Otro aspecto clave de las ferias de ciencias internacionales es su capacidad para conectar generaciones. Los docentes, que muchas veces actúan como mentores, desempeñan un papel esencial en el acompañamiento de los estudiantes. Enseñan a formular preguntas, a diseñar experimentos y a comunicar resultados de manera clara. Pero también aprenden ellos mismos, al descubrir nuevas formas de enseñar ciencia desde la motivación y la práctica. En muchos casos, los proyectos se convierten en colaboraciones entre escuelas de distintos países, abriendo puertas a intercambios culturales y científicos que enriquecen el proceso educativo.

Las ferias también son escenarios donde se derriban prejuicios. Las niñas y adolescentes, que históricamente enfrentaron barreras en el acceso a las ciencias, encuentran aquí un espacio de reconocimiento y pertenencia. Programas internacionales como Girls in Science o She is Astronaut han demostrado que visibilizar a jóvenes investigadoras es una herramienta poderosa para inspirar vocaciones tempranas. La diversidad de los participantes —en origen, género, intereses y contextos— convierte a estas ferias en un reflejo del mundo que la ciencia quiere construir: un mundo más colaborativo, creativo y consciente.

Más allá del premio: el valor del proceso

Aunque las ferias internacionales suelen otorgar becas, reconocimientos o oportunidades académicas, lo que más valoran los participantes es el camino recorrido. La emoción de ver su experimento funcionando, la posibilidad de exponerlo frente a expertos, la experiencia de compartir con otros jóvenes apasionados por descubrir… Todo eso deja huellas duraderas. En muchos casos, los expositores de ferias internacionales terminan desarrollando carreras científicas o tecnológicas, pero otros eligen caminos diferentes, llevando consigo la curiosidad y la mentalidad investigadora que aprendieron en esas experiencias.

La motivación que despierta una feria de ciencias no se mide solo en premios, sino en el deseo de seguir aprendiendo. En tiempos donde las pantallas y la inmediatez parecen dominar la atención de los jóvenes, verlos construir, probar y explicar algo que ellos mismos idearon es una señal de esperanza para la educación. Las ferias científicas internacionales, más que eventos competitivos, son una invitación a imaginar un futuro donde la escuela sea un espacio de descubrimiento permanente.

Una experiencia que deja huellas en la educación del futuro

El papel de las ferias internacionales de ciencia es mucho más profundo de lo que parece. Representan un modelo educativo en el que los estudiantes no son simples receptores de conocimiento, sino protagonistas de su aprendizaje. Fomentan la investigación como actitud vital, la cooperación como método y la curiosidad como punto de partida. En un mundo que necesita soluciones urgentes a problemas globales, estos jóvenes científicos en formación nos recuerdan que las respuestas pueden nacer en un aula, en un pequeño experimento o en una pregunta bien formulada.

Las ferias de ciencias internacionales son una celebración de la inteligencia, pero también de la imaginación. Nos enseñan que la motivación más duradera surge cuando se despierta la pasión por descubrir. Y esa pasión, cuando se comparte, puede cambiar no solo la vida de un estudiante, sino también la de toda una comunidad educativa.