Por: Maximiliano Catalisano
En cada escuela hay prácticas que se repiten año tras año. Actos, formaciones, saludos, ceremonias, rutinas matinales y hasta frases que parecen formar parte del ADN institucional. Muchas de estas tradiciones pasan inadvertidas para quienes las viven, y se realizan casi de forma automática. Sin embargo, cuando alguien se detiene a preguntar por qué se hacen así o qué sentido tienen, a menudo se despierta un debate incómodo, pero profundamente formador. Cuestionar los rituales escolares no significa atacarlos o eliminarlos, sino abrir la puerta a una reflexión que también educa, porque permite revisar costumbres, darles nuevos significados o incluso crear otras más conectadas con la realidad actual.
Los rituales escolares cumplen un rol importante en la construcción de identidad institucional. Son momentos que ordenan el tiempo, refuerzan un sentido de pertenencia y transmiten valores. Un acto por el Día de la Bandera, una ceremonia de fin de curso o una reunión matinal para entonar el himno no son solo actividades: son escenarios simbólicos donde la comunidad escolar se reconoce. Pero cuando estos gestos se repiten sin análisis, pueden perder su sentido original y convertirse en meros trámites, donde la participación se vuelve pasiva y el aprendizaje invisible.
Plantear preguntas como “¿por qué lo hacemos así?”, “¿sigue transmitiendo el mismo valor que antes?” o “¿cómo se vive este momento para quienes participan?” no es un acto de rebeldía sino un ejercicio pedagógico. Permite que docentes y estudiantes reflexionen sobre el propósito de cada práctica, y abre la posibilidad de resignificarla para que siga teniendo fuerza. A veces, el cuestionamiento muestra que el ritual sigue siendo valioso, pero necesita adaptaciones; otras veces, revela que es momento de dejarlo atrás y reemplazarlo por algo más coherente con la comunidad educativa actual.
El solo hecho de analizar un ritual escolar fomenta competencias como el pensamiento crítico, la argumentación y la empatía. Por ejemplo, en una escuela que tradicionalmente organiza un desfile cada año, se puede abrir un espacio donde los alumnos investiguen su origen, el contexto histórico en que surgió, su significado en el presente y la forma en que se vive en distintos sectores de la comunidad. Este trabajo no solo enriquece el evento en sí, sino que lo convierte en una oportunidad de aprendizaje transversal, integrando historia, lengua, arte y formación ciudadana.
El cuestionamiento también ayuda a que los rituales no se transformen en imposiciones que generan apatía. Cuando los estudiantes participan activamente en su diseño o actualización, sienten que son parte del proceso y no simples espectadores. Esto favorece la motivación y el compromiso. Por ejemplo, permitir que las ceremonias escolares incluyan producciones creativas de los alumnos, como videos, representaciones teatrales o intervenciones artísticas, puede revitalizar el sentido de un acto que, de otro modo, sería visto como rutinario y predecible.
No se trata de eliminar tradiciones por moda o capricho. Hay rituales que son pilares culturales y que transmiten valores que vale la pena preservar. Lo importante es que su continuidad esté sostenida en un sentido vivo y no en la costumbre por inercia. La educación se enriquece cuando los estudiantes comprenden el porqué de lo que hacen, y esa comprensión no se logra solo con explicaciones, sino con la experiencia de reflexionar y decidir en conjunto.
En este proceso, el rol de los docentes y de los equipos de conducción es clave. Son ellos quienes pueden proponer momentos de diálogo y guiar la reflexión para que no se convierta en una discusión vacía, sino en una construcción colectiva de sentido. No es raro que, al abrir estas conversaciones, aparezcan tensiones entre lo que dicta la tradición y lo que sugiere el presente. Sin embargo, esas tensiones son parte del aprendizaje: muestran que la escuela no es un museo inmóvil, sino una comunidad viva que se adapta sin perder su esencia.
Cuestionar un ritual escolar también es una oportunidad para abordar temas más amplios como la inclusión, la representación cultural y la diversidad de miradas. Un ejemplo puede ser la revisión de las canciones, lecturas o símbolos utilizados en los actos, para asegurarse de que representen a toda la comunidad y no solo a una parte. Esta revisión no borra la historia, sino que la amplía, reconociendo que las identidades se construyen con múltiples voces.
Además, el análisis de los rituales enseña que las tradiciones no son estáticas: fueron creadas en un momento histórico determinado y, por lo tanto, pueden cambiar. Este aprendizaje ayuda a que los estudiantes comprendan que la sociedad está en constante transformación y que ellos mismos son actores capaces de proponer mejoras o nuevos modos de encuentro. En otras palabras, los prepara para participar activamente en la vida democrática, no solo dentro de la escuela, sino en la sociedad en general.
Cuestionar los rituales escolares no debilita la cultura institucional, sino que la fortalece, porque le devuelve sentido. Le recuerda a la comunidad que cada gesto, cada ceremonia y cada palabra pronunciada frente a todos tiene un propósito que merece ser entendido y, si es necesario, renovado. Una escuela que se permite revisar sus tradiciones no solo educa en contenidos, sino también en la capacidad de pensar, dialogar y construir en conjunto.