Por: Maximiliano Catalisano

Imagina entrar a una escuela donde los tachos de basura están casi vacíos, donde cada pedacito de papel tiene un nuevo uso, donde los restos del comedor alimentan un huerto y los alumnos participan con alegría en proyectos que cuidan el ambiente de forma concreta. Las escuelas “cero residuos” no son un sueño lejano, sino una realidad que se puede comenzar con pasos simples desde el aula, convirtiendo cada jornada en una oportunidad de aprender mientras se protege el planeta. Este modelo, cada vez más aplicado en distintos países, ayuda a que la escuela se transforme en un ejemplo para toda la comunidad, demostrando que el cuidado ambiental empieza con acciones pequeñas y sostenidas.

Las escuelas “cero residuos” buscan reducir al máximo la basura que se genera en las actividades diarias. Para esto, se aplican estrategias de reducción, reutilización, reciclaje y compostaje, generando un circuito donde casi nada termina en el cesto común. Este enfoque no se limita a cambiar tachos de basura de lugar, sino que transforma hábitos, impulsa la creatividad y enseña a cada estudiante a reflexionar sobre el consumo responsable.

Un proyecto clave para avanzar hacia una escuela sin residuos es el compostaje escolar. Los restos de frutas y verduras que se generan en el comedor o en los recreos pueden convertirse en abono para el huerto escolar, reduciendo la cantidad de basura orgánica que se desecha. Además, este proceso se convierte en un recurso pedagógico para aprender sobre ciclos naturales, microorganismos, cuidado de la tierra y la importancia de reducir los residuos.

Los huertos escolares son otro pilar de las escuelas “cero residuos”. No solo se convierten en espacios verdes que embellecen el entorno, sino que permiten utilizar el compost generado, enseñar sobre alimentación saludable y soberanía alimentaria y fortalecer el trabajo colaborativo entre estudiantes, docentes y familias. Plantar, cuidar y cosechar vegetales en la escuela es una experiencia que conecta a las niñas y los niños con la naturaleza, fomenta la paciencia y la observación y brinda alimentos frescos que pueden compartirse en actividades comunitarias.

El reciclaje creativo completa esta propuesta. Se trata de incentivar a los estudiantes a reutilizar materiales como plásticos, cartones y papeles para construir juegos, obras de arte, instrumentos musicales y recursos didácticos. Esta práctica no solo reduce la basura, sino que potencia la creatividad y la conciencia ambiental, demostrando que cada objeto puede tener nuevas vidas antes de convertirse en residuo.

Las escuelas “cero residuos” también invitan a repensar el uso de plásticos en las viandas y en el comedor escolar, reemplazando envoltorios descartables por recipientes reutilizables y promoviendo el uso de botellas que puedan recargarse en dispensadores de agua. Esta acción, que parece pequeña, genera un impacto positivo inmediato en la cantidad de basura plástica generada diariamente.

El caso de las Eco escuelas en España ofrece un ejemplo inspirador de cómo estas ideas se pueden llevar adelante de manera organizada. En estas escuelas, los estudiantes forman parte de comités ambientales donde analizan cuánta basura se genera, proponen soluciones para reducirla y monitorean los avances. Los proyectos de compostaje, huertos y reciclaje forman parte del día a día, integrándose con los contenidos escolares de ciencias naturales, educación ambiental y proyectos de ciudadanía. Muchas de estas escuelas han logrado disminuir casi un 80% de sus residuos, demostrando que es posible avanzar con compromiso y trabajo en equipo.

Para iniciar un proyecto de escuela “cero residuos” no hace falta esperar grandes inversiones. Se puede comenzar con una campaña de separación de residuos en el aula, con la instalación de un pequeño compostador y la planificación de un huerto en un espacio disponible de la escuela. Lo importante es trabajar de manera constante, sumando a los estudiantes en el diagnóstico de los residuos que se generan, en la búsqueda de soluciones y en la medición de los avances.

Las familias cumplen un rol fundamental al acompañar estas iniciativas, enviando viandas con menos plásticos, colaborando con residuos limpios para proyectos de reciclaje creativo y apoyando las propuestas ambientales de la escuela. De esta manera, la comunidad escolar se fortalece y se genera un cambio de cultura que impacta en la vida cotidiana de cada hogar.

Los docentes pueden utilizar las actividades vinculadas con la reducción de residuos como oportunidades para desarrollar contenidos de matemática, ciencias, lengua y arte, mostrando a las y los estudiantes que la escuela puede ser un espacio donde se aprende mientras se transforma la realidad. Medir la cantidad de residuos, analizar cómo se componen, crear gráficas y proponer planes de acción convierte a las aulas en verdaderos espacios de aprendizaje activo y participativo.

Construir una escuela “cero residuos” no es solo una meta ambiental, sino una forma de preparar a las nuevas generaciones para vivir de manera responsable con el entorno. Cada acción cuenta y cada paso suma. Compostar, tener un huerto escolar, reducir plásticos y reutilizar materiales enseñan a valorar los recursos, a trabajar en equipo y a desarrollar un compromiso profundo con el planeta. De este modo, las escuelas se convierten en espacios que cuidan mientras enseñan, dejando una huella positiva en la comunidad y abriendo el camino hacia un futuro más consciente y responsable.